Totem y tabú

“Su omnipotencia era la única ley, sus celos la mano ejecutora de su injusticia, su crueldad nuestra única herencia, cobrada en vida. ¡Vida!, si hubiéramos podido llamarle así, esta historia no existiría; claro que nosotros tampoco.

De la noche a la mañana fuimos separados, escindidos de nuestro entorno afectivo; mi madre y mis hermanas se transformaron en seres desconocidos a los que no teníamos, ni siquiera, el derecho a extrañar.

No fueron sencillos los momentos padecidos en ausencia, ni agradables las penurias y la muerte de varios de nosotros. Todo ese trajinar hizo que, a lo largo del tiempo, fuera creciendo en nuestro interior un doble deseo de venganza y de usurpación del poder.

Los pocos que logramos escapar al designio de un destino aciago, que se empecinaba en medrar a costa de nuestros sacrificios, prohibiciones y castigo, tomamos como consigna el vengarnos de nuestro padre.

Luego de muchas noches de muchas y frías jornadas, sin luna, sin guía, sin la protección materna ni el fuego de la morada que nos vio nacer, maduró la conjura.

Fiera búsqueda la que nos permitió encontrar el sendero de un regreso merecido; plena confianza en que, por esta vez al menos, la fatalidad estaría de nuestro lado.

Nadie a la vista; hasta los animales parecían ser parte de un pacto de silencio y de sangre. Si todo sigue igual que cuando fuimos expulsados, en el lugar más amplio y acomodado está el destinatario de nuestro escarmiento. No hay dudas, ni titubeos; solo cumplir una consigna, que servirá como la primera ley de una nueva justicia.

Pocas escaramuzas bastaron para inmovilizarlo; uno de nosotros, pero ayudado por las manos de todos, empuñó el arma que hizo por nuestro destino, mucho más que quien, sobresaltado, no emitió ni un solo gemido antes de perecer.

Estoy encargado del fuego que permitirá completar la posesión del poder. Las mujeres, agobiadas por una inmovilidad eterna, apenas si asoman. Comienza el festín, el déspota pasa a formar parte nuestra, hasta su última hilaza; y entonces surge, de improviso, la ambivalencia del odio y el temor a nuestro padre, pero que, al mismo tiempo, se transforma en una veneración que agiganta nuestro deseo irrefrenable de querer ocupar su lugar.

La ausencia tiránica promueve un clan fraterno en donde prima, ante todo, la igualdad, y en donde se exige la búsqueda de parejas externas, ya que, el tratar de lograrla entre nuestras allegadas, merecerá la muerte, por no respetar el legado paterno.

Nuestra madre es señalada como quien nos habrá de cuidar; y será elegido, de común acuerdo y como algo que represente la encarnación protectora de nuestro padre, el animal más fuerte y más temido por nosotros, el que además de respetado y venerado, servirá para aliviar la falta que podamos haber cometido. Será establecida una jornada festiva, en donde ese animal elegido será sacrificado y devorado, para celebrar nuestro triunfo.”

(Inspirado en la obra 'Totem y tabú', escrita por Sigmund Freud en 1913)

Dante Roberto Salatino